Las relaciones que se establecen los niños, la familia y la televisión son múltiples y asimétricas, lo cual supone que es únicamente la pequeña pantalla la que suele salir a salvo.
Aunque parezca una contradicción, la clásica escena de la familia sentada frente al televisor tiene poco de familiar. Lo que tradicionalmente se consideró un momento de comunión familiar se ha convertido en la versión a pequeña escala de una lucha por el control.
Esto significa que la programación televisiva ha dejado de ser un espacio de consenso familiar para convertirse en un campo de batalla en el que los hijos suelen salir triunfantes. Los autores del futuro informe consideran que son los jóvenes los que deciden en última instancia qué es lo que todo el grupo familiar ve en la televisión. Al hilo de esto, no debe extrañar que los padres consideren que los contenidos televisivos brindan “modelos de comportamiento” nocivos para sus hijos, a pesar de que los programas que reúnen a la familia sean mayoritariamente humorísticos.
Los datos conocidos hasta ahora nos revelan que las actuales generaciones de jóvenes experimentan un cambio bastante drástico en la elección de sus programas favoritos, y que dicha frontera suele coincidir con su entrada en la adolescencia. Es entonces cuando se produce el abandono del dibujo animado como opción favorita para pasar a abrazar lo que genéricamente se conoce como teleserie realista, es decir, el equivalente juvenil al culebrón de los adultos.
Esto, a su vez, plantea otros interrogantes, y es que los contenidos de estas teleseries muchas veces se exceden en su afán de ser reconocibles y cercanos y se adentran en terrenos discriminatorios.
Esto, a su vez, plantea otros interrogantes, y es que los contenidos de estas teleseries muchas veces se exceden en su afán de ser reconocibles y cercanos y se adentran en terrenos discriminatorios.